No sería ningún descubrimiento afirmar que vivimos en la era del estrés. El progreso nos ha traído muchas cosas buenas, pero, como todo, cada cara tiene su cruz; la otra parte de la moneda. Y la consecuencia de tener a nuestro alcance las ventajas de este progreso es que apenas tenemos tiempo para disfrutarlas. Cada vez estamos más saturados. Tenemos planificados casi todos los días de nuestra vida, y establecemos un horario para cada una de nuestras actividades cotidianas, tanto en el trabajo como, incluso, en nuestro propio tiempo libre. Poseemos muchas más cosas materiales que no podemos disfrutar porque nunca estamos (como dicen los pensadores) en «el momento» y nuestra cabeza -aun en nuestro tiempo de ocio- siempre parece estar aquí o allí. Nos hemos acostumbrado a un ritmo de vida que apenas podemos mantener. Desde hace algunas décadas, y cada vez más,…